domingo, 12 de octubre de 2008

LAS 6 PM

El tintineo de las campanas de la iglesia inundaba el aire e invitaba a los habitantes de aquel poblado triste y desolado a misa de 6 en punto. El alumbrado publico viejo e inservible se encendía dejando ver solo sombras que vagaban por las calles, era la muchedumbre que corría a prisa pues el sacerdote no permitía entrar a nadie después del último campaneo.

Corrían y esquivaban con miedo aquella gran casa de la calle principal que estaba apunto de caer, pero por obra de quien sabe quien no se derrumbaba, oscura y con un olor fúnebre intolerable, sus ventanas opacadas por la mugre y un gran portal donde a esa hora se sirve el Té.

Cinco damas muy catrinas y huesudas vestidas con enormes trajes, que más bien parecían harapos por viejos, sucios y arrugados, se sentaban a la mesa esperando sus últimos días, mirando al horizonte y con desden a los que pasaban por ahí.


La Ira, la Amargura, la Tristeza, la Soledad y la Desdicha.


Llega el mayordomo que mas bien parecía un muerto, su aspecto espectral junto con su voz de ultratumba lo delataba.
-señoras ya esta el té-

La Ira muy altanera y enojada dijo:
-el mío, como siempre-
Nunca lo había pedido de otro modo, con mucha azúcar para que cuando se enojara su cuerpo no lo resintiera.

La Amargura al contrario se dirigió al mayordomo con indiferencia.
-el mío sin azúcar y que sea de limón-

El mayordomo se dirigió a la Tristeza
–señora ¿el de usted?-
Muy desconsolada y sin poder detener su llanto no pudo decir ni una palabra, así que el mayordomo le sirvió uno de flores para ver si encontraba sosiego.

La Soledad era la dama mas callada, nunca estaba en la mesa, siempre miraba desde una mugrosa ventana que solo dejaban ver una negra mirada, el mayordomo le hace señas con la taza y ella solo cierra con un jalon la roída cortina y desaparece.

El té se enfrío y la Desdicha siguió desdichada, pues tenía que esperar a que lo calentaran de nuevo.

Aquellas sombrías damas velaban la noche tratando de comprender cada una su existencia y el por que los hombres les temían a sus pálidos y huesudos rostros.

Que futuro tan desolado les pinta el destino a estas damas.