miércoles, 12 de mayo de 2010

SALIDA DE EMERGENCIA

En caso de emergëncia:
Puxe as duas alavancas…
Empurre a janela
Usando ambas as mäos.


Empujé la ventana y perdí la conciencia; mis ojos se cegaron ante el destello del sol que me golpeaba, como mi decisión.

Brinqué y no supe de mí, todo había terminado.


Pudieron pasar muchas cosas ese día; un terremoto, la baja en la bolsa de valores, la muerte de un niño, el nacimiento de otros, pudo no haber salido el sol y dejarnos en una profunda oscuridad.

Bajo aquél suave manto blanco que cobijó mi sueño, despiertan nuevos suspiros que se quejan de dolencias viejas a las que este día estoy obligado a regresar.

La habitación inundada de oscuridad se va despejando por los rayos del sol que se cuelan por la ventana. Una seca bienvenida del sabor de boca, pero dulce por un sueño, que aún recuerdo al pasar mi mano por la entrepierna.

Bajo una lluvia artificial me despojo de las nubes a las que estaba aferrado, deslizándose por mi aquélla erótica fantasía que va directo a la coladera mezclada con jabón.

Fui de nueva cuenta preso de la rutina y me senté a observarme frente al espejo de la habitación, desnudo, buscándome imperfecciones y preguntándome como cada mañana -¿Qué hago aquí?-, no supe que responder, siempre me queda esa duda; me vestí, me mire de nueva cuenta, como si buscara compadecerme de mi, pero no lo logre.

La tetera silbadora volvió a vengarse de mí, haciéndome brincar como cual niño asustadizo; serví el café, lo probé; simple, aguado, desolado, triste y describí mi vida.

Mis maletas estaban en el pasillo que da a la puerta de salida, hice mi rito, cheque si todos los aparatos eléctricos estaban desconectados, mire hacia los espejos, ninguno estaba descubierto, los cubrí la noche anterior para que ningún fantasma se colara por ellos mientras no estaba en casa. Apague los focos y Salí de ahí, dejando tras la puerta solo un vacío inmueble que en su aire se respiraba un adiós

En medio de un desierto de asfalto donde las dunas se dibujan entre los multicolores atuendos; imperfecta imagen de una ciudad llena de desconocidos, pero que siguen un mismo rumbo, su muerte. Ahí estaba yo, tratando de encontrar el andén numero 5 donde se estacionaria el autobús que me llevaría de regreso a casa de mis padres.

Faltaban treinta minutos, así que decidí salir a fumar unos Camel´s, mis cigarros favoritos. Pensé por un momento, -¿en verdad quiero regresar?- no estaba seguro, pero ya estaba ahí.

De nuevo esas personas, caminando con maletas por doquier, extraños que se reencontraban o esperaban como yo el llamado para ir a bordo y llegar a nuestros destinos.

Le di la ultima bocanada a mi cigarro y decidido caminé de nueva cuenta al andén, mis sentidos se pusieron alerta, una mirada asfixiaba mi ser y descontrolado la busque. Me sentí perseguido, alterado, miré y miré, no encontré nada, destense mi cuello y seguí caminando.

En fila uno a uno subieron los pasajeros al número 49 con destino a Puebla, fui el último. Al subir sentí de nuevo esa mirada, su deseo sobre mí, y al encontrar los ojos, vi su desconsuelo y la lastima con la que me ahogaba. En el primer asiento, una mujer que en sus arrugas se marcaban rutas que terminaban, su cabellera blanca era cubierta con un velo negro fúnebre, que sin ningún temor dejaba ver en ella el duelo eterno. Nuestras miradas cruzaron y en un cerrar de ojos mi vida pasó. Sin más, seguí hasta mi lugar.

Había pagado los dos asientos pues quería dormir cómodo y seguro de que él de mi lado no intentara robarme o matarme. Cerré mis ojos, recordé los de ella; los apreté para que desaparecieran y quede en un negro y profundo sueño. Me sentí muy dentro de mí, y no me dí cuenta en que momento comenzamos el viaje.


Un solemne silencio interrumpido por el sonido del motor del autobús y el romper del viento por la velocidad es acompañado de los oscuros paisajes, que por segundos son visibles gracias a las luces de los vehículos que viajan en la carretera, mire tras la ventana y luego a mi reloj, eran las 2 de la mañana, llevábamos apenas 3 horas de viaje, estábamos dejando atrás a Tabasco para entrar a Veracruz. Todos dormían o pretendían hacerlo. Cerré mi cortina y un hombre de estatura media, cuerpo grande, pasó a prisa con una pistola en la mano, se dirigió al conductor y le dijo.

-sigue manejando y no te detengas, disminuye la velocidad-

El conductor no soltó el volante y disminuyo la velocidad, las personas que no se habían percatado de lo que sucedía se asustaban al ver la imagen de aquel hombre apuntándoles con la pistola. Los gritos de auxilio comenzaron a escucharse, mujeres asustadas, niños llorando y hombres impotentes por aquella arma que congelaba la atmósfera de miedo.

-cállense, o disparo-
Se escucho la voz dura y firme del agresor.

Las personas comenzaron a callar, las madres temblando tapaban las bocas de sus hijos, todos se refugiaban en sus asientos como si aquellos acojinables grises los pudieran abrazar y sacarlos de aquella circunstancia.

El rostro de aquel desconocido hombre, que empuñaba el arma, se llenaba de gotas de sudor que delataban el sufrimiento y la ansiedad; victima de alguna sustancia que lo había hecho perder la cuerda y arrebatarse contra los viajeros.

No podía moverme de mi asiento, tenia miedo y al igual que aquel hombre comencé a sudar, quería correr, escapar, pues no podía poner mi suerte en manos de nuestro agresor.

Del asiento de enfrente vi levantarse a un joven, su cabello corto color castaño, su mirada fija y asustada se armó de valor y se dirigió al asaltante.

-¿Qué es lo que quieres de nosotros?-
Su voz se quebrantaba, sus pies temblaban pero era necesario conversar y llegar a un acuerdo.

-no te muevas, si das un paso más disparo-
La mirada de este cruzaba con la del joven y la pistola lo apuntaba con inseguridad.

-quiero que todos se quiten sus joyas, tengan a la mano sus carteras, y ¡dejen de gritaaaar!-

El joven intento acercarse más, altero al hombre y sin pensarlo presiono el gatillo. Sonó un estallido, la bala impacto su pecho, el joven calló y los gritos aumentaron. La mujer que lo acompañaba se levanto para ayudarlo, lo cogió entre sus brazos y aquel solo dejo salir un murmullo.

-te amo-

El cuerpo muerto reposo en las rodillas de la mujer y con ojos llorosos llenos de furia miro al asesino y lo maldijo, aquel sin pensarlo y con una sonrisa burlona dejo ir otro disparo, ahora a la frente de ella, dejando a la pareja compartiendo el frío abrazo de la muerte.

Todos se desesperaron, los gritos querían ser ahogados por sus dueños, pero no podían y aquel sujeto se impacientaba más por ello. Se escucho otro disparo, fue al aire, los gritos se terminaron. Un silencio fúnebre inundo el autobús.

El chofer iba más despacio, su miedo por morir aumentaba, dos personas habían caído, yo quería cerrar los ojos y despertar de lo que pensé era una pesadilla; sentí frío, sentí miedo, me faltaba el aire, y supe que no era un sueño.

No se cuanto tiempo había transcurrido, y era difícil saber, mi rejo estaba descompuesto y marcaban las 2 de la mañana. No habíamos pasado ninguna caseta, para nuestra desgracia parecían haber desaparecido.

El agudo sonido de un llanto infantil rompió de nuevo el silencio que había tranquilizado al sujeto, sus ojos irritados buscaban la procedencia del ruido que taladraba en su cabeza y lo hacia retorcerse y agitarse locamente.

-cállenlo, cállenlo-

Sus gritos eran fuertes y descontrolaban más a la creatura y a su madre que inmóvil no podía hacer más. Lo encontró. Arrebatándolo de los brazos de su progenitora lo miro con demencia, solo pendía de un brazo, los gestos del niño y sus lagrimas que caían no lo detuvieron ni un segundo; caminó hacia el frente, tras él la madre pedía piedad y ayuda a los demás.

- no te muevas o lo mato-

El llanto era más fuerte, lo poseía, la madre gritaba, los demás pasajeros imploraban sollozos. Todo se detuvo en ese instante, su cabeza se saturo de maldad, de frío, de dolor y de estruendos, obligándolo a perderse en su propio silencio y sin piedad tomo la cabeza con su mano y de un brusco giro le quitó la vida.

Aquellos minutos de silencio volvieron a romperse con la risa incontrolable del asesino, la cabeza del niño en su mano, la sangre recorriendo su brazo y el pequeño cuerpo en el suelo y tras aquella escena los gritos de auxilio y el arrebato de la madre que se lanzo contra él e intento golpearle, pero con agilidad tomo el arma y le disparo, otro impacto en el aire y un cuerpo que rebotó en el pequeño pasillo encima de los enamorados.

Exasperado por lo que había visto, con mis pies duros como si hubieran sido sembrados con cemento, mis manos tensas y sudorosas buscaba entre mis bolsillos mi ultima pastilla contra los nervios, mi impaciencia y la desesperación colectiva insertaron en mí la tensión de pensar en algo; de como poder escapar, encontrar una salida. Y de nuevo sentí esa mirada, haciéndome sentir más misero, sin escapatoria y acompañada con la del sujeto que no dejaba de apuntarnos. Los gritos, los recamos, los llantos, la muerte; yo igual caí, y en mi mente aturdida recordé la salida de emergencia, ya había pasado mucho tiempo, la luz entre las cortinas reflejaba el amanecer y sin precaución alguna me puse de pie, arrastre las cortinas, jale las palancas con mis manos, desprendí la ventana; el sol pegaba en mi rostro, quizá deteniéndome para no hacerlo, pero brinque…


El cuerpo de un joven fue hallado en mitad de la carretera arrollado y desmembrado por los autobuses, y en su rostro desfigurado la marca de la demencia. Suicidio, dijo la policía, los pasajeros que lo acompañaban en el autobús 49 con destino a la ciudad de Puebla, dijeron que no habían notado nada raro en él, las personas de los asientos de alado comentaron verlo dormir después de ingerir unas pastillas. Un pasajero normal hasta el momento en que de un arrebato despego la salida de emergencia y brincó. Solo se hizo mención de una mujer que se encontraba en los primeros asientos, que después de lo sucedido desapareció.